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viernes, 29 de septiembre de 2017

LA VERDADERA INCLUSIÓN ES INTERNA


Ahora que se ha puesto de “moda” la inclusividad y la educación inclusiva (una “moda” necesaria, por otra parte, que hace a la Educación más garante, mejor e igualitaria) corremos el peligro de que sea otro modismo más del que se nos llena la boca y no seamos capaces de conseguir centros y aulas inclusivas, a pesar de que nuestros Proyectos de Centro la contemplen y la tengan incorporada.
Afortunadamente tenemos la sensibilidad como sociedad de considerar a la inclusividad como un factor clave para una Educación de todos y para todos, una educación que incluya a todos y que permita, no sólo que la diversidad sea atendida como se merece, sino que la diversidad sea factor de enriquecimiento y no sinónimo de dificultad en los procesos de aparendizaje. De hecho si la diversidad suele ser una dificultad para aprender es porque la forma de “enseñar” no sirve y se fundamenta en una estandarización de procesos en los que la diversidad no encaja. Lo que falla no es la diversidad sino el sistema, incapaz de incorporarla.
La inclusividad sólo puede implementarse realmente si se hace a varios niveles:
– Nivel legislativo y normativo, garantizando que desde las leyes educativas se contemple realmente la inclusividad como un verdadero derecho, diseñando directrices con medidas efectivas para asumir la inclusión y la atención a la diversidad; con espacios y tiempos adecuados, respetuosos, con currículums flexibles que no “ahoguen”y permitan la individualización de los aprendizajes.
– Nivel institucional, proporcionando los medios necesarios para abordar la inclusividad con garantías. Dotando a la Educación Pública y a la comunidad educativa de recursos, espacios, tiempos y medios (los humanos son los más importantes y necesarios) para que la inclusividad sea “real”.
– Nivel de centros, contemplando la inclusividad en las acciones organizativas de centro y en las acciones con las que se abordan los procesos de aprendizaje en las aulas, actividades extra escolares y complementarias, relaciones con los padres, etc. Es un nivel clave para que la inclusividad sea una realidad.
– Nivel docente. Es el nivel más importante, sin duda. Porque son los docentes los que llevan los anteriores niveles a la concrección en el aula, en la relación con los alumnos, en el acompañamiento pedagógico y metodológico de los aprendizajes, en las relaciones con los padres y en ese equilibrio que siempre se busca con el currículo para que sea algo “vivo” (significativo, con sentido, contextualizado y útil para el desarrollo de los alumnos contemplados como personas que tienen muchas dimensiones).


La inclusividad no sólo se refiere a incluir en la diversidad externa, sino también en la interna.

Y eso implica:

– Educar para los dos hemisferios cerebrales (intelecto y creatividad), para el sistema límbico emocional y para el cerebro reptiliano (instintos), en procura de una Educación integrativa.
– Una “asignatura pendiente” de la Educación Formal es que sólo educa “cabezas” y se olvida de que esas cabezas están ”pegadas“ a cuerpos que sienten y tienen necesidades; que el aprendizaje es emocional y que el cuerpo puede contribuir a aprender mejor si se respetan sus necesidades y si se le implica en el aprendizaje.
– Claro, pero para que estas constataciones neuroeducativas sean tenidas en cuenta hay que darle la vuelta a nuestros centros, aulas y prioridades educativas.

Como suele suceder con las reformas educativas sucesivas, que llegan y no producen cambios reales en la Educación, la inclusividad tiene que ser creída por los docentes para que se materialice en actos concretos y diarios que la hagan real.

La inclusividad no sólo se refiere a incluir en la diversidad externa, sino también en la interna.

Los docentes interpretan “la partitura”. son los intérpretes a los que a menudo los “directores de orquesta” no suelen tener en cuenta para lanzar esas mismas reformas e innovaciones, a los que no se les suele preguntar cómo llevan los cambios y ajustes, a los que no se les suele apoyar ni acompañar demasiado en esos cambios (por ejemplo con formación y asesoramiento adecuados).
Así que los docentes, atrincherados en la sensación de no ser escuchados, suelen adoptar posturas defensivas a los cambios que se proponen “desde arriba”.
Sin embargo, la inclusividad es más que un modismo. Es un derecho que nos obliga como docentes a garantizar. Y es sobre todo un reto para la calidad de los centros públicos y del servicio que éstos dan a la sociedad en su conjunto.
Reto que en general asumen los centros educativos y en especial aquellos que apuestan por la innovación, para reinventarse en estos momentos de Crisis Educativa, a la que definiría como el proceso colectivo y diverso para la revisión profunda a partir de preguntas como ¿Qué es Educar, Para qué Educar, Cómo Educar?. Algo que se hace muy necesario en aquellos centros etiquetados como “de difícil desempeño”, donde la innovación es una necesidad para sobrevivir, y sobre todo para ser creativos ante problemas que amenazan su buen hacer.

Al final siempre está el docente, quien ejecuta “la partitura”, la pieza clave para hacer realidad colectivamente la “sinfonía”.

No basta con conocer la inclusividad, no es suficiente con comprenderla. Además hay que creérsela.

Y sobre todo habitarla internamente, vivirla, tenerla en cuenta, asumirla y convertirla en un pilar importante de eso que llamamos acción docente. Para ello el docente necesita algo más que formación; ha de comprometerse con una revisión personal que le lleve a cuestionar ciertas creencias y enfoques.
Asumir y ejecutar son sinónimos.

La inclusividad, que no es sólo un derecho, sino también una fortaleza humana, algo que nos da valor como humanidad, tiene una dimensión interna.
La inclusividad, como valor, cualidad o fortaleza interna implica:
– Aceptar la diversidad como condición humana fundamental.
– No busca estandarizar, sino elevar a valor la complementariedad en lo diverso.
– Busca la unidad en el compromiso y el propósito.
– Busca en el conflicto la armonía para que todos se beneficien.
– Considera que no es posible avanzar si no lo hacemos todos juntos.
La inclusividad Implica a otras cualidades internas como:
– la escucha sin juicio en lo personal
– la empatía y la asertividad en lo social
– la liberación de los condicionantes mentales que forman muros separadores: las ideologías.
A un nivel más profundo la inclusividad implica hacer un trabajo personal para la integración de las propias fragmentaciones internas, hacer ese trabajo ineludible e intransferible de madurar nuestras zonas inmaduras, de llegar a acuerdos en nuestros conflictos internos, en liderarnos internamente para la inclusión de esa diversidad interna que nos habita por dentro y que conforma lo que somos.
No basta con “hacer” para la inclusividad, hay que aprender a “ser” inclusivos.
Desde el Ser, el hacer es coherente, natural y auténtico. Porque hay alineación entre el pensar, el sentir y el hacer.
La única manera de conseguir una inclusividad real es tratar de ponerla a “trabajar”.
A la diversidad hay que darle un mismo propósito y una dirección.
Una pregunta sencilla que muestra cómo estamos en relación a la Inclusividad sería: “ ¿cuáles son los conflictos que tengo en mis relaciones personales, familiares y sociales?” La naturaleza de esos conflictos habla mucho de nuestras fragmentaciones internas, esas que al final nos llevan a levantar barreras defensivas interna y externamente, esas que provocan exclusión.
La educación y los procesos de aprendizaje pueden ser, desapercibidamente en lo cotidiano del aula, en los claustros y departamentos, en toda la comunidad educativa, esa excusa para trabajar juntos cooperativamente y poner en valor la riqueza de nuestra diversidad.
Porque la diversidad puede ser conflicto o complementariedad. La inclusividad asume una actitud basada en lo segundo.

La inclusividad es una manera de mirar y habitar el mundo que aflora desde lo interno como una toma de conciencia superadora del miedo en general, y del miedo a lo diferente en particular , que separa y excluye dentro y fuera de nosotros.

Entre el miedo atávico y El Progreso de la humanidad se levantan muchas barreras en la actualidad de nuestro mundo que pueden ser superadas con inclusividad.

Y es algo que podemos aprender en la Escuela para que las siguientes generaciones no necesiten hablar de inclusividad, porque se habrá hecho realidad en una sola humanidad.
No son los niños los que excluyen si antes no los hemos enseñado a excluir. Todos los niños son inclusivos de lo diverso por naturaleza. Aprendamos de ellos en ese momento en que aún no han aprendido a discriminar.


Como complemento a este post, y para apoyar la concrección de esta propuesta inclusiva, me gustaría compartir esta entrada del magnífico blog de Coral Elizondo:

viernes, 15 de septiembre de 2017

AHORA QUE LLEGA UN NUEVO CURSO








Ahora que empieza un nuevo curso quiero recordarme cada día:
Que mis alumnos son, ante todo, personas en busca de la felicidad y la autorrealización.
Que ellos, sus talentos y sus sueños son sagrados para mí. Ellos son más importantes y antes que el currículo a impartir.
Que es necesario escucharlos sin juzgarlos, sino comprendiéndolos, asumiendo su diversidad como algo enriquecedor. No tienen que ser o pensar igual que yo.
Que los padres depositan en mí la confianza para acompañar a sus hijos en su desarrollo, en el auto descubrimiento de su propia luz y saber personal.
Que educar no es sólo “llenar un balde, sino encender una llama”.
Que me toca encender y avivar esa llama cada día en mí. Sólo puedo dar lo que soy: si soy naranjo, naranjas. Si soy almendro, almendras. ¿Qué soy y qué tengo para dar?
Que la vida es una escuela de aprendizaje constante. Y me toca aprender de todo y de todos. Soy un aprendiz de la vida y las crisis vienen para crecer.
Que el que más ha de aprender en el aula soy yo, el profe.

Que los alumnos no aprenden lo que les damos, sino aquello que necesitan o aman aprender. Trato de que amen lo que hacen, conecto con sus inquietudes e intereses.
Que cuando un alumno se porta mal o llama la atención inadecuadamente, no es un desafío hacia mi autoridad, sino una llamada de auxilio a una necesidad profunda insatisfecha: ¿Para qué hace lo que hace? ¿Cómo lo podemos ayudar entre todos?
Que es importante incluir a las familias en el proceso educativo. ¿Cómo lo hago este curso?
Que cuando estoy mal o cansado me cuido para re-parame, re-conectarme y re-comenzar.
Que llego hasta donde llego, paso a paso, disfrutando del camino. Busco un ritmo adecuado para mí en el tiempo escolar institucionalizado.
Que si no estoy disfrutando en el aula no vale tirar balones fuera, sino ver qué debo cambiar yo.
Que en el prado hay boñigas de vaca, pero también flores. Así que prefiero ser abeja a ser mosca.
Que si algo no me gusta, sólo me queda “ser yo el cambio que quiero ver en el mundo”.
Que si algo depende de mí, me hago cargo, si no depende de mí dejo de enfadarme por ello y sigo dando lo mejor de mí.
Que abrazo la incertidumbre y relajo la necesidad de control. Que no todo sean certezas me permite ser creativo y encontrar nuevos caminos.
Que no soy perfecto, cometo errores, que son peldaños a la excelencia si no me maltrato y me sobre exijo. Con esta misma consideración trato a mis alumnos, compañeros y a todos.
Que mi fortaleza son mis afectos, mi compañera, mis hijos, mi familia y mis amigos. Me acuerdo de cuidar y mimar esos vínculos afectivos que me enriquecen y sostienen.
Que “la vida no es una carrera, pues al sitio donde hay que ir está en uno mismo”. Recuerdo respirar y observar, no sólo hacer.
Y quiero recordarlo cada día, en el aula, para que las aguas turbulentas, las presiones, los cansancios, las mareas ideológicas y emocionales… no me alejen de mi rumbo.
La ejecución de esta lista de intenciones
es mi faro
Ahora que comienza un nuevo curso es bueno recordar que la innovación educativa comienza en la mirada, en mirar de manera desacostumbrada, y a partir de ahí interrogarse sobre lo cotidiano, sobre nuestras prácticas educativas. Y ver qué cambios (en general pequeños, pero importantes) podemos hacer para dar pasos hacia nuestros sueños como docentes
y como personas.

domingo, 3 de septiembre de 2017

20 Claves para no amargarse en el aula


Con el día 1 de septiembre llega la vuelta al cole para los docentes. Se acabaron los días de vacaciones y el tiempo para uno mismo; hay que volver al rígido horario de las clases. ¿Cómo me sienta volver al trabajo? ¿Qué emociones aparecen con la vuelta a mi Centro?


Hay docentes que disfrutan de lo que hacen, incluso en entornos difíciles. Y otros que tratan de sobrevivir en el día a día del aula. Independientemente de dónde estés entre estos dos extremos, me gustaría aportar (con la mayor humildad) lo que voy aprendiendo de mi propia experiencia para no amargarme en el aula y disfrutar con mis alumnos de esta profesión que puede aportarnos tanto.

El comienzo de un nuevo curso es el mejor momento para revisarse.

Revisa tu vida profesional. 
¿Qué aspectos puedes mejorar dentro de estos tres ámbitos docentes? 
Conocimientos: relaciónalos con los alumnos. Que sean útiles, significativos , con sentido para ellos. Más que enseñar hemos de conseguir que ellos aprendan, que no es lo mismo. Ah, y preparémonos mejor esa asignatura nueva que me toca dar este año.
Competencias docentes: mejorar mi gestión de aula, los métodos de aprendizaje más adecuados a cada grupo y alumno. Dinámicas, ritmos, relación con el currículum, etc.
Competencias no cognitivas: mejorar mi gestión emocional, resolución de conflictos, capacidad negociadora y de liderazgo, motivación, crecimiento personal, bienestar.

Ama lo que haces y serás feliz. Ese es el motor de la motivación, el esfuerzo sano, la resiliencia, y te mantiene en la alegría a pesar de las muchas presiones.

20 claves para no amargarse en el aula:
1.- Sé perfecto… en su justa medida. El perfeccionismo genera rigidez.
2.- Aplica a cada cosa la energía justa. Que los detalles no parasiten lo importante.
3.- Saca la basura de tu cabeza. Si todos los días sacamos de casa la basura porque huele mal, imagina cuántos pensamientos y emociones negativos están generando toxicidad porque no los sacamos de nuestra cabeza.
4.- Pensamiento positivo, altas expectativas de mis clases y mis alumnos. Recuerda la profecía de auto cumplimiento, el Efecto Pigmalión: Lo que crees lo creas… y se cumple.
5.- Energías elevadas, alto voltaje emocional, intelectual, físico. Ponte las pilas. Descansa mejor, come mejor, haz ejercicio.
6.- Confía en ti mismo: no necesitas controlarlo todo tanto, ni tampoco se puede tener todo atado. Suelta el miedo a perder el control. Estarás menos presionado y podrás ser más creativo, fluir más, disfrutar más.
7.- Sé creativo. ¿De verdad que sólo hay una forma de dar la clase bien? Sal de tu zona de confort.
8.- No te aferres al currículum como si fuera un dogma.
9.- No te tomes personalmente el desafío de un alumno, o incluso el de un compañero. Comprende por qué hace lo que hace, llega a su estado de necesidad interna, compréndelo y podrás ayudarlo.
10.- Revisa lo que te devuelven los alumnos. ¿Cómo te tomas las cosas? ¿Cómo te sientes en el aula? Desarróllate para pasar de sentirte atacado o herido a poder ayudar.
11.- Revisa tu vida personal. Revisa tus miedos y tus heridas; siempre afloran aunque tratemos de esconderlas. Y además conducen a estrategias defensivas disfuncionales para uno mismo y para los demás. Cuanto mejor estés contigo mismo mejor te irá. Medita en qué aspectos de ti mismo puedes mejorar para estar mejor, vivir mejor y disfrutar más la vida.
12.- Equilibra vida personal con la profesional: tiempo para lo importante, la familia, la amistad. Cuídate mucho. Porque para cuidar a otros uno debe estar bien.
13.- No seas rácano. da lo mejor de ti y recibirás mucho más.
14.- Valora tu trabajo y considera el gran servicio que realizas en él. Da lo mejor de ti a esos chicos que llenan tus aulas. Ellos aprenden más de tu actitud ante la vida que de tus conocimientos.
15.- Establece alianzas sanas y empoderantes con tus compañeros. Deja de hacer la guerra por tu cuenta. Todos a una.
16.- Plantéate el curso como un proyecto. ¿Qué te gustaría hacer y conseguir que te ilusione?
Plantéate retos alcanzables y reales que te motiven alcanzar en este nuevo curso.
17.- Intenta pasártelo bien en el aula y en el Centro. Si tú disfrutas todos disfrutan. Y conseguirás motivar de manera natural a tus alumnos más apáticos.
18.- No caigas en la toxicidad. Observa los problemas, trata de encontrar soluciones, pero no te quedes enganchando en ellos. A los demás no los podemos cambiar, pero yo puedo cambiar cómo afronto las cosas y las relaciones; enfocarme en los cambios que dependen de mí.
19.- Sé agradecido. De verdad. No ancles tu pensamiento siempre a lo que falta. También valora todo lo bueno que tienes, que es mucho. Eso nos saca de la negatividad y la precariedad. Nos enfoca en lo positivo, la abundancia y la oportunidad.
20.- La motivación viene del amor. Ama lo que haces y serás feliz. Ama lo que haces; de verdad que éste es el aspecto clave. El amor es el motor de la motivación, el esfuerzo sano, la resiliencia, y te mantiene en la alegría a pesar de las muchas presiones.
Muchos son los aspectos complementarios que contribuyen al Bienestar docente. Nuestra profesión es compleja y puede ser muy creativa. Lo que nos aporta muchas oportunidades para seguir creciendo profesionalmente y como personas.
Sal de tu zona de confort. Aunque eso implique un aporte extra de energía siempre te regresa centuplicado. Prueba y verás.