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BIENESTAR DOCENTE
En un grupo de docentes en formación aparecía espontáneamente el tema de la sexualidad. El curso tiene el título de “Bienestar docente y motivación”. En principio, pensar en el sexo parece más una licencia banal que un profundo aspecto que tratar para mejorar el bienestar docente.
AUTOCONCEPTO
Sin embargo, el tema interesaba y conforme íbamos compartiendo y profundizando en la sexualidad se apreciaba su resonancia en otros muchos aspectos de la vida humana; y —por supuesto— en el desempeño profesional. Reflexionábamos en la necesidad de recuperar una sana sexualidad un tanto descuidada para mejorar nuestra vida como personas, para vivir mejor y estar mejor. Comprendemos que la sexualidad no se ciñe sólo a la genitalidad, sino que hay una profunda emocionalidad y vinculación relacional a partir de ella, implicada en algo tan importante como es la autoestima y el autoconcepto.
En la sexualidad se plasma el mundo emocional de la persona, siendo un buen termómetro de la afectividad y la salud emocional. El sexo es manifestación de nuestro instinto, pero también de la búsqueda y expresión del placer. Es reflejo de las ganas de vivir (eros, ‘pulsión de vida freudiana’).
Los bloqueos a una sana sexualidad no son otra cosa que bloqueos emocionales y la expresión de creencias personales limitantes.
PRINCIPIO DEL PLACER
El olvidado principio del placer ¿Y no es el placer, el disfrute, algo demasiado olvidado en la educación que padecemos? Porque nuestros conceptos heredados de lo que debe ser la educación nos recuerdan que aprender cuesta, que hay que ejercer una enorme voluntad para memorizar y trabajarlos contenidos curriculares, cuando a un niño o adolescente lo que le pide el cuerpo y la cabeza es otra cosa muy distinta: disfrutar.
A nosotros aún nos decían aquello de “La letra con sangre entra”. Se concebía la educación desde la exigencia extrema, incluso el castigo físico como una opción pedagógica “necesaria”.
Aprender requiere un esfuerzo y una dedicación. Pero se aprende más y mejor cuando se quiere que cuando se obliga. Se aprende más y mejor desde lo lúdico que desde lo académico. Se aprende y cuesta menos si nos interesa e importa lo que aprendemos que si lo consideramos inútil, ajeno a nuestros intereses y tedioso.
Todos los días los niños están aprendiendo —mientras juegan— muchas competencias básicas, sin que les cueste sufrimiento, y el esfuerzo se convierte en deleite desde su propia motivación personal. Lo propio de los niños es ese anhelo de aprender explorando el mundo, jugando y pasándoselo bien, impulsados por su curiosidad y creatividad innatas; porque funcionan con el principio del placer. Es curioso que en torno a los 8 o 10 años ya se aprecie que deja de gustarles ir al cole, hacer los “deberes” (tomemos nota de la palabra) o leer.
¿Por qué? Perciben que la actividad escolar se va separando cada vez más de ser algo alegre, divertidoy lúdico. Se convierte en algo áspero, dificultoso, abstracto, exigido y separado de sus anhelos e impersonalizado. Y van dejando progresivamente de implicarse de lleno en ello.
…se aprende más y mejor cuando se quiere
que cuando se obliga
Sólo por la enorme presión que ejercemos los padres y las familias, el entorno o los profesores, para que tengan presentes la importancia de la educación y sean buenos alumnos, se mantienen disciplinados, se esfuerzan y obligan a ir aprobando los cursos. Y todo eso desde el principio del deber, no del placer. Porque no hay mayor motivación en los niños que contentar a sus padres y recibir su aprobación (cuando esto no es así hay profundas disfunciones que aparecen en actitudes disruptivas y molestas en el aula).
Les decimos que deben esforzarse por aprender y estudiar, relegando las ocupaciones placenteras a un segundo plano (llegando incluso a reprimirlas progresivamente en su desarrollo), con la promesa de que así en el futuro les irá bien, serán felices. Postergamos la felicidad ahora con la promesa de un futuro feliz. Si además se van dando cuenta que la formación actualmente no garantiza por sí misma ese futuro feliz (ni siquiera una estabilidad económica) es inevitable que vayan desconectando de promesas que evidencian como falsas.
PLACER-AMOR-DEBER
Los tres principios internos de placer–amor–deber se armonizan cuando van juntos en una vida humana llena de significado y con capacidad para realizarse en sociedad, siempre desde el corolario de que el mayor bien es el bien común. Además, estos tres principios —o aspectos internos— se vivencian en las profundas relaciones de familia desde la más tierna infancia (incluso en la vida uterina).
Lo que les enseñamos desde pequeños a nuestros hijos y alumnos es que deben aplazar sus anhelos más profundos para amoldarse a las exigencias educativas y sociales, que no siempre asumen como propias y no les aportan criterio ni significado a su vida. Porque lo que aprenden no debe ser sólo significativo para su futuro, sino también para su presente: AQUÍ y AHORA.
Nuestra educación, basada en el principio de autoridad del patriarcado, reprime el placer y el disfrute, condena el juego y arrincona o ignora lo emocional; privilegiando lo intelectual y lo mental: la exigencia.
Una educación —que sería bueno transitara de la exigencia a la excelencia— ha de contemplar al ser humano en su totalidad, no parceladamente; permitiendo la expresión armónica de los tres aspectos placer-amor-deber; porque juntos y complementados permiten el desarrollo de seres humanos más plenos y felices.
TENSIÓN CONSECUENTE
Cuando hay un desfase en la expresión de alguno de ellos (ya sea por represión o por excesiva fijación) se producen mecanismos de compensación que actúan como válvulas de escape para contener la tensión consecuente. Pero habrá que reflexionar sobre el aspecto reprimido y el aspecto abusado para ir más allá del mecanismo compensatorio a la compresión y la mejora.
Cuando se da el aspecto padre-masculino sin una adecuada complementación con el aspecto madre-femenino se expresa descompensado como tiranía, sometimiento, sobre exigencia, falta de empatía por el exigido (ya sea un hijo, un alumno o un empleado). Estos aspectos se expresan internamente, en nuestra psique, y —también— en nuestras relaciones interpersonales; por ejemplo, en padres “machacadores” o jefes demasiado exigentes.
Otro ejemplo: mucha gente trabaja duro en empleos o profesiones que no les llenan, en instituciones o empresas con las que no comparten sus principios. Luego, llega el fin de semana y toda esa tensión (con aspectos reprimidos) se vuelca en un tipo de ocio enajenante o en adicciones como el alcohol. El placer y lo emocional, reprimidos fuertemente por el deber y la exigencia impuesta (al final siempre autoimpuesta), se expresan desaforada e inadecuadamente con actividades eufóricas pero alienantes.
Nuestra educación (y nuestro mundo) es un reflejo de las distorsiones de las vidas familiares insanasque vivimos en la generalidad, incluso dentro de lo que consideramos como “familias normales”. La generalidad de nosotros ha vivido en esas familias normales muchas carencias afectivas y orfandades emocionales en mayor o menor medida. Como esa desnutrición emocional está generalizada no nos damos cuenta de ella formando parte de creencias adquiridas, algunas inconscientes. Lo que sí percibimos es un mundo duro emocionalmente, lleno de competencia, falta de valores, estrés, injusticia, explotación, infelicidad… En definitiva un mundo falto de amor.
PARADIGMA CADUCO
Es curioso como la organización escolar es un fiel reflejo de la producción industrial:
Especialización del trabajo en tareas concretas.
Rigidez del tiempo y los espacios.
Regulación de las necesidades del cuerpo físico a la tarea.
Fuerte exigencia para mejorar el rendimiento.
Poca empatía con el exigido.
Frialdad emocional y poca autorrealización del trabajador.
Sin embargo, nos empeñamos en seguir enseñando para una época que ya no existe. De ahí que en plena crisis aparezcan muchas tensiones y una urgente necesidad de cambio.
CÁRCELES ESCOLARES
El conocimiento podría contemplarse como un todo y abandonar la excesiva parcelación actual en asignaturas. Enseñar por competencias y no por contenidos. Con espacios y tiempos más flexibles donde, por ejemplo, los proyectos interdisciplinares permitirían ese abordaje más integrativo de los saberes en aulas más abiertas.
Y no se trata de seguir manteniendo cárceles escolares donde aparcar a los niños mientras los papás trabajan; sino de abrir espacios donde los niños y adolescentes quieran ir a aprender, disfruten educándose y compartiendo el aprendizaje de competencias para la Vida, madurando y descubriendo sus talentos y potencialidades.
El placer y lo emocional,
reprimidos fuertemente por el deber y la exigencia impuesta
Recordemos que el aprendizaje informal y no formal es cada vez más importante, y se da fuera de las instituciones educativas oficiales. En una sociedad del conocimiento, éste ya no es propiedad de la educación, sino que está al alcance nuestro como el aire que respiramos lleno de millones de bits moviéndose por el ciberespacio constantemente.
EN LUGAR DE FABRICAS, HOGARES
Del mismo modo que la actividad profesional —o laboral— debería encontrar su expresión amable, de disfrute y contribuyente a una necesaria autorrealización (frente a una simple mercantilización del tiempo y la energía), el colegio e instituto podrían ser espacios para la expresión virtuosa y gozosa del placer natural de aprender y de emocionarnos con los descubrimientos internos que éste nos provee, cuando el saber deja de ser mera instrucción y pasa a ser un camino de autodescubrimiento hacia el interior de uno mismo que luego se proyecta externamente desde lo mejor que somos.
Una sexualidad sana es expresión de amor en familias nutricias emocionalmente, que cobijan a sus hijos y avivan el fuego del Hogar cada día para que crezcan en ellos las semillas de los valores internos de manera natural.
Nuestras aulas podrían dejar de ser factorías de conocimiento y parecerse más a un hogar así. El alumno se sentiría mejor, cobijado, respetado, escuchado, atendido en su individualidad, no forzado a aprender, sino alentado a dar lo mejor de sí en entornos emocionalmente positivos y alegres.
CREENCIAS DE LO QUE DEBE SER
Hemos de salir de la caja cerrada de nuestras creencias de lo que debe ser. Desde las creencias que hemos adquirido, esto se antoja imposible y hasta para algunos desacertado, pidiendo más rigidez, disciplina y exigencia académica; más mecanismos de evaluación y control, pero con menos medios y más precariedad (dados los brutales recortes que se están dando en educación pública; sí, soy funcionario y puedo dar fe de ello en mi mismo centro educativo). Se aumenta la presión y exigencia sobre profesorado y alumnos sin ver que dé resultados generales. Por ejemplo, con reválidas y evaluaciones externas, que pueden mostrar mejoras en resultados buscados o entrenados, pero no en una mejora de la educación; y, sobre todo, en una mejora real de nuestra sociedad.
Prueba de ello es la anécdota de un inspector que nos visitó para revisar la prueba de diagnóstico de hace un par de años. Atónito pudo ver cómo los alumnos participantes iban dejando de esforzarse conforme avanzaba el tiempo de examen, cansados de leer las preguntas. Incluso una alumna se marchó en contra de las normas y ante su presencia, escapándose del centro. Debió de sacudir el concepto de educación que se puede tener desde la lejanía de un despacho.
La tentación de proyectar en los demás las culpas es muy grande, haciendo cargo al profesorado de la lamentable situación de nuestra educación, cuando también son los padres y la sociedad en su conjunto la que educa a un niño. Y qué acciones cooperativas de toda la comunidad son las que necesitamos. Necesitamos unidad de acción desde una visión integrativa, dejando partidismos, cortoplacismos, yendo a lo esencial.
Salgamos de la caja de las creencias acostumbradas, cambiemos internamente, maduremos hacia la mejor versión de nosotros mismos, sanémonos emocionalmente y contemplemos el nuevo escenario lleno de posibilidades que se abre sobre los enormes retos que nos plantea la educación en la actualidad.
EL VERDADERO CAMBIO ES EL DE LAS PERSONAS
Las nuevas leyes y normativas son siempre acciones superficiales en relación a la transformación docente, que es quien las aplica. Yo he vivido como profesor tres leyes orgánicas: LOE, LOGSE y LOMCE. Los cambios son formales, pero —esencialmente— nos mantenemos igual. Los docentes, que han de aplicar esas leyes, sienten que no son escuchados ni tenidos en cuenta (como hacemos con los alumnos, a los que damos la lección sin escuchar sus necesidades reales). Y al final se aplican las nuevas normativas sin adaptarse a ellas, sin creérnoslas, manteniendo la visión personal rígidamente y sin cambiar la práctica docente un ápice (por rebeldía, por miedo al cambio, por no sentirse apoyados, por no compartirlas, por cansancio, incapacidad, etc.).
Cuando cambia el docente cambia la educación. El cambio necesario es interno y viene de la mano de una nueva alfabetización: después de la alfabetización del conocimiento viene la alfabetización del autoconocimiento y la sabiduría.
Luego la gestión de aula, los espacios y tiempos, el currículum, la práctica docente en suma, adoptan la expresión necesaria para ese elevado fin desde cada docente: no el de formar, sino acompañar y cuidar el camino personal de revelar la propia luz de cada alumno.
Sólo podemos dar lo que somos. Cuando tenemos una mirada hacia el alumno más amorosa y empática, cuando estamos en condiciones de gestionar las emociones en clase (porque gestionamos las propias), cuando estamos motivados y en un nivel emocional alto… transformamos el aula en espacios de autorrealización colectiva llenos de significado y alegría, tanto para los docentes como para los alumnos.
El problema de la exigencia es que olvida al exigido, no le da voz ni voto. Cuando el padre no escucha a la madre ni al hijo ejerce la autoridad sin complementarse, abusando. Es el carácter de nuestra sociedad patriarcal que vamos comenzando a cambiar.
Un rol que sea más amable con el exigido, que acompañe al alumno desde el respeto de su propia manera de ser y estar en la vida, puede ayudar a que el alumno encuentre su propia motivación para dar lo mejor de sí, frente a una exigencia que funciona a corto plazo pero que a la larga los hace dependientes y poco autónomos. Además creamos toda una bolsa de jóvenes frustrados, desconectados de sí mismos y de la sociedad, marginados, que no pueden seguir el rodillo uniforme de un sistema educativo que les no aporta lo que necesitan para madurar adecuadamente.
La mayoría de nuestros alumnos de éxito, aquellos que han atravesado la primaria, secundaria y llegan a Bachiller, no saben qué estudios superiores quieren hacer. No tienen vocaciones claras, no son conscientes de a qué les gusta dedicarse en su vida; están atiborrados de conocimiento pero también desconectados de sí mismos, de su discernimiento interior.
Reencontrémonos con ese principio del disfrute, con ese niño que fuimos una vez y que sigue dentro de nosotros esperando ser escuchado; porque la relación que necesitan nuestros hijos y alumnos es que nos encontremos con ellos desde nuestro propio niño interior para comprenderlos y acogerlos, pero también para acompañarlos sin forzamiento en dar lo mejor que tienen…
El acto educativo es, en primer lugar y esencialmente, un encuentro entre personas. La asignatura pendiente en nuestras aulas es “La felicidad”; porque también lo es en la sociedad, en el trabajo, en el hogar.
¿Hay algo más importante que aprender en la vida y a lo que dedicarse sino a conectar con nuestro ser esencial y ser felices? Nuestra tarea es ser humanos, en su más bella y auténtica expresión. La felicidad es una manifestación natural de sentirnos bien con nosotros mismos y con el mundo. ¿Hay algo más digno que promover como docentes?
Todo lo demás deberían ser medios para alcanzar ese anhelo profundo y genuinamente humano. El currículum, las asignaturas, las competencias… ¿no deberían diseñarse para alcanzar esa realización personal y colectiva por encima de otros intereses sociales, económicos o ideológicos?
La persona no debería amoldarse nunca a intereses que no sean los de su propia autorrealización gozosa.
La asignatura pendiente en nuestras aulas es
“La felicidad”
Cada día busco el gozoso placer de sentirme realizado en mis clases, porque mis alumnos también disfrutan y van descubriendo todas sus potencialidades, sanando heridas, conociéndonos un poco más a la vez que vamos dando el currículum. Este es mi sueño, que trato de realizar cada día, asumiendo que no siempre lo consigo, que mis clases no son perfectas, ni mis alumnos… Ni yo tampoco soy perfecto. Ni lo pretendo.
Sólo ir mejorando cada día, navegando rumbo a ese horizonte de mi anhelo que, conforme me acerco se distancia más de mí. Lo importante no es llegar a alcanzarlo, sino en qué persona me convierto para tratar de conseguirlo. Lo importante no es la meta, es el camino y el crecimiento personal que implica.
Cuando aprobé las oposiciones para acceder a la profesión docente, un amigo me regaló un libro que contiene una manera de entender la docencia que aún me acompaña cada día en mis aulas:
“Un espíritu libre no debe aprender como esclavo”
Roberto Rossellini