Siempre recuerdo aquella canasta en aquel partido tan igualado de semifinales.
Todavía hoy, después de 30 años, la recuerdo en cámara lenta.
De pronto roban la pelota en una línea de pase a nuestro base. Aquél jugador rival se fue directo al aro sin oposición, confiado; iba a ser una canasta fácil.
Pero mientras todos se quedaron parados esperando lo inevitable yo salté, como empujado por una detonación de pólvora, detrás de él.
El público gritaba enfervorecido viendo la acción. Trataron de avisar al jugador rival que, tan seguro de sí , soltó en una suave bandeja el balón.
Mientras yo, por detrás, no pensaba. Estaba en pleno sprint para alcanzarlo.
Ví rebotar suave la pelota en el tablero y ya estaba justo detrás de él mientras marcaba dos zancadas y saltaba con todas mis fuerzas.
Mi brazo le dio tal golpe al balón contra el tablero que rebotó varios metros. Sonó como un redoble de tambor. Aquél jugador rival se giró perplejo, me miró como interrogándome, sin saber aún qué había pasado.
Aquella fue la canasta que no llegó a entrar, que no llegó a ser. Metimos muchas antes y después en ese partido. Hubo muchos partidos después de ese. Pero yo siempre recuerdo ese tapón que fue un verdadero golpe psicológico y nos dio la victoria en aquel partido tan igualado.
La final fue un paseo y nos llevamos el trofeo.
Pero la mayor victoria de todas fue conseguir aquel grupo tan cohesionado, fue el espíritu de equipo y de cooperación. Nuestro mayor trofeo fue la amistad compartida. El deporte me enseñó mucho de joven.
EL PARTIDO DE LA VIDA
Luego uno creció, se dejó el baloncesto, vinieron otros retos.
Hasta que sin saber cómo llegó un momento de mi vida en que pasé de considerarme “invencible” a estar derrotado. Perdí la confianza en mí mismo. Perdí mis alas.
Esas alas de la ilusión, del afán de superación, del gusto por los retos vitales y disfrutar de lo que uno tiene y lo que uno hace en la vida.
Entré en el autoboicot y el autosabotaje. Me convertí en una víctima más.
Me equivoqué muchas veces en cosas pequeñas. Tuve errores graves en asuntos importantes. Mi vida se convirtió en un sufrimiento constante, una sensación de inadaptación, conflictos por todos lados…
Hasta que toqué fondo.
Una vez que estás ahí, tan abajo, sólo te queda abandonarte o empeñarte en salir.
Yo elegí remontar el partido. Como cuando aquella canasta parecía inevitable y me empeñé en que no fuera así.
Yo creí que podía hacer algo y lo hice. Pude haber llegado a no taponar ese balón.
Pero la vida es ensayo-error, y mientras dura el partido hay tiempo para enmendar errores y conseguir nuevas canastas.
Lo importante no es ganar el partido, es quedarse con la sensación de victoria que da el haber jugado lo mejor que puedes.
Lo que me enseñaron mis errores es que no soy mis errores y que puedo aprender de ellos. No hay nada que reprocharse.
Y aunque no siempre se gana siempre se aprende.
Y que igual hay cosas que no podemos cambiar, que son inevitables: todo lo externo a mí no lo puedo cambiar, no tengo influencia sobre cómo son o actúan los demás.
Pero hay cosas que creyendo que son inevitables sí puedo cambiar: lo que tiene que ver conmigo, cómo asumo lo que me sucede; puedo trabajar sobre ello, puedo transformar mis reacciones y mis creencias.
LAS CREENCIAS, NUESTRO SISTEMA OPERATIVO
Lo importante es qué creo. Lo que creo que son las cosas, lo que creo que soy yo y lo que creo que puedo hacer. Las creencias son nuestro sistema operativo, y si tiene virus hay que limpiarlo.
Porque la vida me enseñó que cada derrota es el peldaño (aprendizaje) para una nueva victoria (superación y crecimiento-plenitud) si no nos conformamos; si agradecemos cuanto somos y tenemos, pero sentimos que podemos aportar algo más a los demás y a la vida; a nosotros mismos. Donarnos un bello descubrimiento cada día y con ellos ir abrazando nuestros miedos y heridas para que vuelvan a crecer las alas.
Sí, las alas vuelven a crecer. Pero hay que reconciliarse.
RENOVARSE COMO LAS ÁGUILAS
Algunos somos como las águilas. Ellas pueden vivir cientos de años. Pero a mitad de vida el pico y las garras les han crecido tanto que se vuelven inservibles.
Tienen que volar hasta la montaña más alta y allí, en un lento proceso, romper sus herramientas inservibles para que les crezcan un nuevo pico y unas nuevas garras. Luego el águila puede volver a surcar los cielos, cazar, alimentarse y vivir otros largos años en plenitud.
De igual modo hay muchas cosas que aprendemos y a mitad de vida hay que cuestionarlas, porque siguiendo esos mandatos engendramos conflictos, no nos sirven.
Aprendí que primero somos camellos que nos lo echamos todo a la espalda.
Luego leones que vamos a por todo.
Pero después hay que re-aprender a ser niños. Y tomarnos los asuntos de la vida como un juego, desdramatizando, disfrutando, fluyendo, dejándose llevar para aceptar la abundancia y la buena ventura que atraemos cuando nuestro corazón se llena de gratitud y agradecimiento.
ENSEÑAR DESDE LA PROPIA VIVENCIA ES AUTENTICIDAD
Como docente, es la mayor lección que puedo mostrar en clase con mi ejemplo de vida. Y el respeto a ello es mi metodología: uno puede equivocarse, caer derrotado y no por ello perder un ápice de nuestra dignidad intrínseca.
Pero también puede levantarse una y otra vez para aprender.
Porque todo ese cúmulo de errores es el camino que me ha llevado hasta donde estoy ahora; y es la plataforma para construir mi futuro.
Hay mucho que podemos hacer en educación. Tal vez no podamos cambiar las leyes educativas, ni la presión de los currículums o el apretado horario, ni el hecho de poner una nota al final de curso, ni cambiar a los compañeros de claustro por otros más cooperativos, más agradables, más felices y afines; ni a nuestros alumnos por otros más cayados y atentos, más educados y más entusiasmados por lo que les tratamos de enseñar.
PERO PUEDES CAMBIAR TÚ Y ACEPTAR LO QUE ES, LO QUE HAY, rotundamente.
Ese cambio de perspectiva nos llena de poder; nos saca de la victimización y nos enfoca en la acción resolutiva.
Y darte cuenta que tus creencias de lo que son las cosas y tu actitud ante la realidad que vives marca una gran diferencia. Porque tienes lo que esperas, consigues lo que crees.
Así que hay algo que sí es evitable: que sigas en el pozo, sobreviviendo. Cambia tus creencias y cambia tu vida. PODEMOS DISFRUTAR EN EL AULA Y APORTAR FELICIDAD EN CLASE A NUESTROS ALUMNOS. ¿Te lo crees? ¿Con qué actitud entramos al aula? ¿Entramos para disfrutar o para padecer?
Hay un trabajo pendiente de revisión personal.
¿A qué esperas? Actúa ya.
NO te quepa la menor duda:
Cuando cambia el docente cambia la educación.
Y ahora, con todo esto, ¿Qué vas a hacer?
Cada uno de mis alumnos y mis compañeros de profesión, cada amigo y cada persona con la que me encuentro vive en mi corazón, junto a mi familia. Caben todos los que uno quiera (hago alusión con cariño a Toshiro Kanamori).
Gracias a mi maestra, la Vida. Que aunque firme, enjuaga siempre mis lágrimas y me enseña tanto.
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