Que mis alumnos son, ante todo, personas en busca de la felicidad y la autorrealización.
Que ellos, sus talentos y sus sueños son sagrados para mí. Ellos son más importantes y antes que el currículo a impartir.
Que es necesario escucharlos sin juzgarlos, sino comprendiéndolos, asumiendo su diversidad como algo enriquecedor. No tienen que ser o pensar igual que yo.
Que los padres depositan en mí la confianza para acompañar a sus hijos en su desarrollo, en el auto descubrimiento de su propia luz y saber personal.
Que educar no es sólo “llenar un balde, sino encender una llama”.
Que me toca encender y avivar esa llama cada día en mí. Sólo puedo dar lo que soy: si soy naranjo, naranjas. Si soy almendro, almendras. ¿Qué soy y qué tengo para dar?
Que la vida es una escuela de aprendizaje constante. Y me toca aprender de todo y de todos. Soy un aprendiz de la vida y las crisis vienen para crecer.
Que el que más ha de aprender en el aula soy yo, el profe.
Que los alumnos no aprenden lo que les damos, sino aquello que necesitan o aman aprender. Trato de que amen lo que hacen, conecto con sus inquietudes e intereses.
Que cuando un alumno se porta mal o llama la atención inadecuadamente, no es un desafío hacia mi autoridad, sino una llamada de auxilio a una necesidad profunda insatisfecha: ¿Para qué hace lo que hace? ¿Cómo lo podemos ayudar entre todos?
Que es importante incluir a las familias en el proceso educativo. ¿Cómo lo hago este curso?
Que cuando estoy mal o cansado me cuido para re-parame, re-conectarme y re-comenzar.
Que llego hasta donde llego, paso a paso, disfrutando del camino. Busco un ritmo adecuado para mí en el tiempo escolar institucionalizado.
Que si no estoy disfrutando en el aula no vale tirar balones fuera, sino ver qué debo cambiar yo.
Que en el prado hay boñigas de vaca, pero también flores. Así que prefiero ser abeja a ser mosca.
Que si algo no me gusta, sólo me queda “ser yo el cambio que quiero ver en el mundo”.
Que si algo depende de mí, me hago cargo, si no depende de mí dejo de enfadarme por ello y sigo dando lo mejor de mí.
Que abrazo la incertidumbre y relajo la necesidad de control. Que no todo sean certezas me permite ser creativo y encontrar nuevos caminos.
Que no soy perfecto, cometo errores, que son peldaños a la excelencia si no me maltrato y me sobre exijo. Con esta misma consideración trato a mis alumnos, compañeros y a todos.
Que mi fortaleza son mis afectos, mi compañera, mis hijos, mi familia y mis amigos. Me acuerdo de cuidar y mimar esos vínculos afectivos que me enriquecen y sostienen.
Que “la vida no es una carrera, pues al sitio donde hay que ir está en uno mismo”. Recuerdo respirar y observar, no sólo hacer.
Y quiero recordarlo cada día, en el aula, para que las aguas turbulentas, las presiones, los cansancios, las mareas ideológicas y emocionales… no me alejen de mi rumbo.
La ejecución de esta lista de intenciones
es mi faro
Ahora que comienza un nuevo curso es bueno recordar que la innovación educativa comienza en la mirada, en mirar de manera desacostumbrada, y a partir de ahí interrogarse sobre lo cotidiano, sobre nuestras prácticas educativas. Y ver qué cambios (en general pequeños, pero importantes) podemos hacer para dar pasos hacia nuestros sueños como docentes
y como personas.
y como personas.
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